Un concierto en el que la emoción y la creatividad fueron protagonistas. Se presentó en trío el jueves pasado en la Sala Sinfónica del CCK colmada por más de 1700 espectadores.
Fotografía: Laura Tenenbaum y Pablo Astudillo
Un concierto brillante; una noche en la que artistas y público lograron con la música como vehículo una profunda conexión. Quizás, esa ovación de bienvenida con la que la Sala Sinfónica del CCK sorprendió gratamente a Bill Frisell fue un acertado augurio de lo que vendría para su tercera presentación en Buenos Aires. En trío con Tony Scherr en bajo y Kenny Wollesen en batería recorrieron diferentes materiales que fueron surgiendo casi de manera espontánea; hubo folk, blues, country, música norteamericana, pop y algo de jazz. Precisamente, Frisell llevó la guitarra un paso más allá no sólo por su talento sino también por la amplitud de sus fuentes. Sus gustos merodean evidentemente mucho más allá del mundo del jazz o de algún género en particular y eso le permite desarrollar su música sin la necesidad de establecerse en fronteras precisas. Ahora bien, el tándem Scherr-Wollesen construyó un sólido aunque cambiante groove sobre el que Frisell, a veces de modo sorprendente, yuxtapuso estilos tan disímiles y que son el sello de su inconfundible originalidad. Así, fueron tomando forma atmósferas de tono introspectivo, otras cargadas de una serena energía y también ese humor melancólico que surge de sus armonizaciones.
Abrió el concierto con 1968, de su famoso disco “Unspeakable”; un clima construido con armónicos y arpegios le alcanza a la sección rítmica para edificar un base potente y Frisell con ese estilo sin antecedentes musicales en la guitarra avanzará sobre la melodía de diferentes tonos, muchos de ellos pastel, pero otros, con texturas más definidas, incluso, más intensas. In My Life, de John Lennon, grabada en su disco “All We Are Saying…”, es un tema hecho a la medida de la emocionalidad del guitarrista; impuso un tono melancólico a través de diferentes usos del vibrato con la mano izquierda y ese motivo melódico tan reconocible que recreó una y otra vez.
El trío forma en semicírculo y Frisell y Scherr, frente a frente, mantienen un permanente contacto visual. Esas miradas producen la química del encuentro que les permite esa natural flexibilidad para abordar un repertorio que se va armando con cada tema tocado. Whistle Stop, tema de Bryant-West, una composición a medio tiempo, con un tono blues y un clima cambiante. Frisell hizo un solo lineal con un fingerpicking enriquecido por un creativo call-response; hay unos breaks que suenan heterodoxos en los tambores de Wollesen y un final de historieta. Vendrá un clásico Shenandoah, un tema tradicional, que el guitarrista grabó en “Good Dog, Happy Man”. La versión que hizo en esta tercera visita a la Argentina fue de una profunda emoción. Tema dedicado al Valle de Shenandoah, en Virginia, logró una intensidad emocional conmovedora. La guitarra de Frisell convirtió la canción en un himno delicado, elegante, de una enorme sensibilidad. Esos acordes de llanura, sus inspirados solos rodeados de diferentes sonoridades fueron apagándose en un melancólico fade out que se transformó en You Only Live Twice, de John Barry, tema de la película de James Bond “Sólo se vive dos veces” y que grabó en su último disco “When You Wish Upon A Star”, un tema pop, que recreó a su manera, rearmonizado con un espíritu abierto y un clima flotante. Un paso hacia el jazz con Bumpin ‘On Sunset, de Wes Montgomery, héroe de la guitarra, en una versión más lenta, algo lánguida, y de un tono minimalista.
Mantuvo el motivo sin cambios varias vueltas como aferrando la melodía al piso y luego fue desplazándose para crear otras atmósferas, aunque siempre dentro de esa calma inicial. El guitarrista utiliza todo el tiempo la tecnología a través de loops y pedales, no como artilugios efectistas sino como una forma personal de expresarse. Los últimos tres temas fueron una declaración de principios, discriminación, guerra y un mundo que necesita amor, algo así como prólogo, nudo y desenlace. La suite (por decirlo de alguna manera) comenzó con una pequeña obra de arte, A Change Is Gonna Come, de Sam Cooke, con un mensaje que habla de lo doloroso del racismo, de la discriminación tocada de manera convencional; su guitarra y él, sin atmósferas y con la que nos recordó los tiempos que vive su país y en seguida la segunda parte con Masters Of War, de Dylan, donde los efectos resuenan como bombas, rugidos de aviones en medio de una melodía aplastada por la violencia y el final con una bellísima miniatura de What The World Need Now Is Love, de Bacharach, tocada con ese rico lenguaje, de matices acolchados y ese mood melancólico.
La ovación de pie del CCK sonaba a interminable hasta que volvieron al escenario para despedirse con cinco temas y siempre esa variedad estilística a la hora de elegir materiales. I Can’t Be Satisfied, de Muddy Waters y en el que Wollesen dobla los tiempos con escobillas. La improvisación de Frisell, creativa hasta el borde mismo de la herejía, hubiese hecho sonreír al viejo Muddy; luego más Lennon con Strawberry Fields Forever, luego Baba Drame, de Baubacar Traoré, la hermosa melodía de “Pipeline” y el cierre con When You Wish Upon a Star. El auditorio insiste con su larguísimo aplauso para que vuelvan y regresaron para una versión corta de Surfer Girl y entonces sí, dijeron adiós.
Compilado para TV con temas y entrevista exclusiva a Bill Frisell
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COBERTURA DE PRENSA
Claramente, la ovación inicial motivó a Frisell. Es la 4ta vez que lo veo, y jamás lo escuché hablar tanto con el público (está claro que habló poco, pero tratándose de él fue llamativo). Tampoco lo vi moverse en sus shows…pero en el CCK hasta bailoteó en los bises. Pero no es cuestión de interpretar los hechos. Simplemente hay que creerle a Bill. El lo dijo, le pareció asombroso el recibimiento y el público le resultó increíble. Fue un show de lujo. Perfecto. Ojalá se repita.