En su tercera visita a la Argentina, la cantante y poetisa renovó su romance con el público porteño.
Fotografía: Laura Tenenbaum
“¿Alguien necesita otro cantante de rock justiciero cuya nariz dice que lo ha llevado directamente hacia Dios?”. Siempre se pensó que la pregunta que se hacía Lou Reed en “Strawman” en 1989 estaba dirigida a Bob Dylan y su etapa cristiana, y es muy posible que así haya sido. Con Reed muerto, jamás lo sabremos. Pero si se puede aplicar a Patti Smith y su 2019, con fotos en donde se ve a quien supo cantar “Jesús murió por los pecados de alguien pero no por los míos” saludando a Jorge Bergoglio, a.k.a. Francisco I, Obispo de Roma y Papa.
Entonces, ¿alguien aún necesita a Patti Smith, a su postura de heroína del rock and roll y a su veneración por Arthur Rimbaud, Jimi Hendrix y Roberto Bolaño, por citar sólo a tres hombres de los muchos que integran su panteón sagrado? Tras verla en vivo con su grupo, con su sempiterno uniforme de traje negro, camisa blanca y borcegos, con sus escupitajos que no son pose sino flema que le sale desde dentro de sus entrañas, la respuesta es sí. Y está bien que así sea.
La tercera visita de Patti Smith a la Argentina renovó el romance del público porteño con la creadora de Horses. Romance que cuenta con el amor genuino que la estadounidense siente por sus fans, y por una lectura muchas veces errada que se hace de su trayectoria. Porque Patti es una abanderada de las buenas causas, pero de manera lateral. O sea: las versiones de “Beds Are Burning” de Midnight Oil y “After The Goldrush” de Neil Young dan cuenta de su compromiso ecológico sin caer en la figura de Bono como parte de la tripulación de un barco de Greenpeace. Lo mismo con lucir un pañuelo verde o una bandera indígena boliviana. Para lo segundo, ahí está “We Shall Live Again” como mantra ante los pueblos originarios de su país, y como esa poesía se vuelve internacional.
Y es que lo interesante de Patti, como ocurre con Caetano Veloso, es su raíz de cultura rock. De nuevo: son personas que vieron a Hendrix en vivo, como nuestro Skay Beilinson. Y que leyeron y vivieron los 60 y los 70 con la idea de que una canción podía cambiar al mundo. Hoy son sobrevivientes venerados, chamanes de una era que es pasado, y se los respeta por eso y por su talento como performers, algo inherente a la generación a la que pertenecen.
“Dancing Barefoot”, “Beneath The Southern Cross”, “Gloria”, “Because The Night”, “Pissing In The River”, “People Have The Power”: todo recital de Patti Smith que cuente con estas canciones debe ser considerado de bueno para arriba, y el del Luna Park no fue la excepción. Lenny Kaye es, fue y será su lugarteniente perfecto, Jay Dee Daugherty su Charlie Watts por postura, swing y elegancia y Tony Shananan aporta su destreza instrumental para enriquecer un sonido rocanrolero que no tiene muchos secretos. Una hora y media de concierto fue el lapso de tiempo perfecto para que la música ocupe ese lugar mejor y sanador en nuestras vidas. Y para eso y por eso Patti Smith es importante e imperiosa. Porque la noche, todos lo saben, pertenece a los amantes.