Los conciertos de Kenny Barron y Ron Carter, en el Coliseo, dejaron en evidencia que la inspiración no tiene edad
Fotografia: Laura Tenenbaum
Tras los años del jazz fusión, allá por los setenta, donde casi terminamos
creyendo que el único elemento valioso era la improvisación, nació lo que se
llamó el neoclasicismo, una corriente estilística que le devuelve al género el
valor de la forma y de la melodía. La mirada entonces se dirigió hacia el
desarrollo de formas equilibradas, procesos temáticos claramente perceptibles
y si bien contiene una intención aperturista no al punto de desnaturalizar el
material. Entre otros, quienes mejor han desarrollado esta corriente son el
contrabajista Ron Carter y el pianista Kenny Barron. Ambos surgieron en los
efervescentes años sesenta y hoy, cincuenta largos años después, mantiene una lealtad al jazz acústico por sobre todas las modas.
El trío de Carter y el Jazz Connection Trio, de Barron, se presentaron en una
doble función en el Coliseo; dos formas de aproximación al jazz con
elementos comunes y una creatividad que logró en sus manos rejuvenecer los
clásicos. En efecto, tanto Barron, con Nelson Matta en contrabajo y Rafael
Barata en batería, como el trío de Carter, con Russell Malone en guitarra y
Donald Vega en piano trabajaron materiales similares basados sobre todo en
clásicos que no requieren presentaciones.
La cuarta visita de Barron al país lo encuentra con sus 75 años en un excelente estado; abrió el set con “All Blues”, tema de Davis, tema que el trío le dio un tratamiento renovado, una introducción atravesada por el motivo original para luego proyectarse en una improvisación que tuvo a la disonancia como elemento disruptivo, de la que tampoco abusó. Su brillante técnica y esa manera de ir desarrollando sus ideas se reflejó en una música relajada, que por momentos parecía flotar sobre el escenario a través de cristalinos trozos de gracia melódica, espaciosos y de una construcción experta. Ese comienzo auspicioso continuó con You Don’t Know What Love Is, un standard que tocó con un swing apenas un poco detrás del beat y un tono atenuado. La base rítmica fluye por debajo del piano; mientras Mattas es el pivot, el baterista mostró riqueza de matices sobre los tambores. Un músico con ideas y una colorida forma de acompañar. La integración con Barron es absoluta.
La versión de Triste, algo más rápida que la original, mostró también un enfoque renovado con un lenguaje que mixturó las frases con single note, tocado más percusivo y estimulante. El aire brasileño se atenuó a pesar de la composición Sonia Braga, dedicada a la actriz admirada por Barron; un tema a medio tiempo con una armonía sofisticada grácilmente estructurada y que equivale a una declaración sobre la belleza.
Don’t Explain señaló quizás el momento más alto del concierto.
Piano solo en la que exhibe una exquisita elegancia acompañada de una
madurez musical con la cual describe su trama dramática a través de una
interpretación de suavizados contornos. La melodía será una y otra vez
recreada para cerrar este clásico con un delicado fade out. Cerraron su
concierto con dos composiciones que señalan el amplio arco en el que se
mueve el pianista, Body & Soul y One Finger Snap, de Hancock; mientras que en la primera, el trío desarrolló varios cambios de tempo y una aproximación abierta que le dio a este standard una atmósfera diferente; en el de Hancock, sonaron con un sólido groove con el que despacharon la noche.
Lirismo moderno
El énfasis del trío de Carter reside en la búsqueda de una sonoridad que lo acerca a lo camarístico con solos precisos estructurados con un lenguaje amplio. La dorada madurez de este contrabajista de 82 años quedó en evidencia a través de sus improvisaciones, en las que sigue teniendo un enfoque moderno y con un costado aventurero. Su fraseo paciente y su incansable confianza le permitieron desarrollar solos de una sofisticada linealidad matizada de un inspirado lirismo. Abrieron el concierto con un blues armónicamente abierto y de una contundente sensualidad; desde el comienzo el trío encontró un medio tempo fluido con el que transitó buena parte del show. Cedar Tree, tema dedicado al pianista Cedar Walton, tuvo solos brillantes de Vega y Malone, un guitarrista de una técnica pulida y un swing natural. El trío se mueve con una marcada fluidez; contrabajo y guitarra tienen una comunicación casi telepática y las improvisaciones suenan dentro de un similar enfoque neoclásico, de una permanente recreación de las melodías.
Dos composiciones clásicas fueron quizás los aspectos más salientes, Autumn Leaves y My Funny Valentine, dos temas que el trío utilizó como campo de improvisación y en los que mostró esa marcada inventiva armónica y solidez rítmica. Mientras Vega utilizó una paleta armónica de coloridos acordes, en el primero de los temas, en My Funny Valentine su tono se hizo oscuro en su solo con una evidente influencia de Hancock, sereno en la superficie aunque de una intensa emocionalidad; Carter, por su parte, mostró una creatividad pródiga en ideas y un liderazgo desde el instrumento que asegura una navegación firme y sin tropiezos. Malone tuvo una noche inspirada, aunque es un músico que parece guardarse siempre con algo para él; sus solos dan una sensación que podría definirse como que no deseo seguir más allá. «Hasta acá está bien», quizás piensa.
El último tema fue un Soft Wins, del disco The Golden Striker, y se despidieron con On The Sunny Side Of The Street, en una versión swinging, que recibió el más caluroso aplauso de la noche.
Dos conciertos liderados por músicos que forman parte de la corriente neoclásica del jazz; esos artistas que reconocen en las raíces la cimiente para su propia creatividad.