Mark Fisher: Las ideas no se suicidan

Los fantasmas de mi vida, publicado por Caja Negra Editora, da cuenta del pensamiento vivo del desaparecido crítico cultural británico.

Es inevitable comenzar cualquier escrito que desmenuce Los fantasmas de mi vida: Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos de Mark Fisher con la lectura del diario del lunes. En este caso, el hecho es el suicidio del crítico cultural británico en enero del año pasado a los 48 años, poco antes de la aparición de su tercer libro The Weird and the Eerie, aún sin traducción al castellano. “Este libro es una nota suicida” escribe Pablo Schanton en el prólogo de Los fantasmas…, por lo que toda la lectura estará teñida por este suceso, no del todo sorprendente para aquellos que seguían de cerca su trayectoria, ya sea a través de las páginas del mensuario The Wire, su blog K Punk o por los dos volúmenes anteriores de su obra que publicó Caja Negra Editora: Realismo capitalista y Jacksonismo (este último como compilador de artículos sobre la figura de Michael Jackson a propósito de su muerte).

Miembro de la Cybernetic Culture Research Unit (CCRU), colectivo de investigación académico de vanguardia formado por estudiantes de filosofía de la Universidad de Warwick, influidos tanto por la literatura cyberpunk de William Gibson, las distopías de J.G. Ballard y las profecías de William S. Burroughs como por la teoría post marxista de Gilles Deleuze y Felix Guattari, con el jungle de los 90 como banda sonora; creador del concepto musical de hauntología para hablar de las bandas del sello Ghost Box y de solistas dubstep como Burial y Kode 9, y sus sonidos brumosos y fantasmagóricos deudores de Lovecraft y analista lúcido tanto de los desastres del capitalismo neo liberal como de las ineficaces políticas que lleva a cabo la izquierda tras la caída del Muro de Berlín (tal como se aprecia en Realismo capitalista), Los fantasmas… da cuenta del costado más pop writer de Fisher. Antología de sus artículos periodísticos, la edición no respeta a la original y sí agrega otros en función al final de su vida, tal como se aclara al inicio. 

Así desfilan Joy Division, The Jam, Tricky, Goldie, David Sylvian, Junior Boys, la hauntología y películas como eXistenZ, V de Vendetta y Inception, entre otros ítems. La prosa de Fisher es amigable y más que didáctica para la argumentación, y pone de manifiesto algo que debería ser clave para cualquiera que ejerza el noble oficio de la crítica: la desconfianza sobre el gusto propio. “No puedo decir que sea un fanático de The Jam, pero mucha de la música que más me importa está hecha por artistas con los que nunca me comprometí con la fidelidad del fanático; y hubo épocas en las que por semanas no escuchaba otra cosa que no fuera The Jam”, escribe Fisher, y en esta era en la que muchos periodistas anteponen a su oficio su calidad de fans sin correrse a un costado para el análisis este no deja de ser un detalle para aplaudir.

Pero son dos artículos extra musicales y cinematográficos los que encarnan tan bien como aquellos el pensamiento de Fisher. El primero es el análisis del libro Savage Messiah de la artista Laura Oldfield Ford, que desde una forma cercana al fanzine punk pone al día el trabajo psicogeográfico de Iain Sinclair sobre Londres, más allá que ambos renieguen de la etiqueta y Fisher lo ubique dentro de la hauntología. “Muchos sueños colectivos han muerto en la Londres neoliberal. Se suponía que un nuevo tipo de ser humano iba a vivir allí, pero hubo que borrar todo lo que había para que la restauración pudiera comenzar”, dice Fisher sobre su ciudad en este prólogo aparecido en 2011. 

El segundo se titula ¡Viva el resentimiento!, es de 2007, y es el penúltimo del libro. Allí se pondera la inquina como estilo de vida y como forma de conciencia de clase (“El resentimiento es un afecto mucho más marxista que los celos o la envidia (…) Un resentimiento que llevara sólo a la inacción quejosa es ciertamente la definición misma de una pasión inútil. Pero el resentimiento no tiene porque terminar en impotencia”). Tras esa diatriba y una argumentación en contra del popismo, Fisher deja todo muy en claro: “El resentimiento es una respuesta apropiada a la degradante y degradada versión de la cultura popular que hoy nos sirven las elites de Oxford y Cambridge. Resentimiento versus desprecio y condescendencia. Resentimiento y descontento: el comienzo de la resistencia contra la positividad obligatoria del realismo capitalista”. Donde quiera que estés Mark, que así sea.

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