Durante los últimos días de noviembre de 2016 se desarrolló el tradicional festival que convoca a importantes músicos del exterior y a un gran número de artistas argentinos y sudamericanos de gran nivel que ratifican la popularidad del jazz en nuestro país
Fotografía: Pablo Astudillo y Prensa Festival
Entre los aspectos más destacados del Festival Internacional Jazz 2016 se sitúa la fuerte convocatoria que tuvo esta edición con salas llenas, entradas agotadas y un entusiasmo contagioso que se percibió, incluso, a la hora de las jam sessions. En cuanto a la programación mostró su habitual propuesta de variedad estilística que cubre diferentes etapas del jazz, desde los clásicos hasta la modernidad.
De los clásicos, se lució The Cookers, un veterano septeto (que a Buenos Aires llegó en sexteto) de jazzman que sin lugar a dudas representan la crema del hard bop en Nueva York. Dave Weiss en trompeta, Donald Harrison en saxo alto, Billy Harper en saxo tenor, Stanely Cowell en piano, Cecil McBee en contrabajo y Billy Hart en batería formaron parte los grupos de Freddie Hubbard, Lee Morgan, Elvin Jones, Art Blackey, Max Roach, Woody Shaw, entre oros. Se presentaron en la apertura del festival, el miércoles 23, en La Usina del Arte, donde básicamente hicieron material de su último disco “Time and Time Again” pero también repasaron algunas composiciones de discos anteriores. The Cookers toca a la manera clásica el hard bop pero con una mirada moderna en los arreglos y en sus mensajes. En efecto, el líder natural del grupo es Harper, sin duda, el músico que le imprime al combo un vuelo especial (todavía es recordable su participación en el grupo de Randy Weston, cuando se presentó en este festival, en octubre de 2008, en el Coliseo). La banda trabajó en algunas composiciones de una manera global dejando de lado las improvisaciones, tomadas menos como declaraciones individuales que como ladrillos para construir un edificio musical mayor y siempre apoyados por la solidez de una sección rítmica con un manejo del tempo de una vigorosa contundencia.
Pero también hubo espacios para que The Cookers se luzca desde lo personal y en ese plano existe una raíz, el blues. Tanto Harper como y Harrison desarrollaron sus solos en ese territorio común. Harper es el de mayor potencia creativa; sus solos son una fascinante síntesis de un espíritu exploratorio con una caudalosa imaginación. Su sonido es de hardbopper puro y duro; Harrison en el alto sorprendió por envolvente fogosidad que distribuyó con inteligente criterio para crear una seguidilla de flashes de tensión de un fuerte dramatismo. Los solos de Cowell como los de Mc Bee fueron de un elegante melodismo; los de Hart, con la energía que deviene de una potente historia musical en los que toca la verdad. El más rutinario en sus improvisaciones resultó Weiss, mecánico en sus interpretaciones, se destacó más por su hermoso sonido que por su mensaje.
En el otro extremo del espinel estilístico se situó el cuarteto del clarinetista Louis Sclavis, con su propuesta “Silk and Salt Melodies”, trabajo editado por ECM, en marzo de 2014. Vino con la formación original de esa propuesta Benjamin Moussay en piano, Gilles Coronado en guitarra y Keyvan Chemirani en percusión. Actuaron en La Usina, el domingo 27 e hicieron uno de los conciertos más interesantes de la historia de este festival. La naturaleza exploratoria del clarinetista se vio incentivada por un grupo de jóvenes que acompañan a este músico de 63 años en su tránsito por la avant garde en la música europea. Despojado de ataduras estilísticas, Sclavis desarrolló un mundo sonoro de tono temático en el que todo tuvo espacio en sus improvisaciones, desde las texturas árabes, españolas, indias hasta la dureza del rock. El cuarteto tiene una fuerte integración y mientras hay un permanente juego de dúos dentro del grupo, tanto Coronado (con una rockera Gibson SG) como Moussay aportan la energía del electroshock a las variaciones melódicas de Sclavis apoyadas por la belleza sonora y ubicuidad rítmica del iraní Chemirani con su austero set de percusión. Sclavis es un improvisador de narrativa inspirada que aportó esa cuota anual de sabor francés al festival de Buenos Aires.
Otros de los puntos a favor de este festival, dirigido por el pianista y compositor Adrián Iaies, es incluir artistas sin demasiado potencial comercial que sólo de esta manera se pueden presentar en Buenos Aires. Uno de ellos fue el genial Tony Malaby y su trío Tamarindo; un músico que propone un camino tan personal como interesante o los tríos de piano de Dado Moroni y Greg Burk.
Algo similar fueron los encuentros del contrabajista William Parker con el pianista Ernesto Jodos y del pianista español Agustí Fernández con el saxofonista platense Pablo Ledesma. Menos comprometido fue el cierre con la cantante portuguesa Maria Joao acompañada por el pianista Guinga, conocida del público porteño y aventurera de creativo vuelo.
Los cruces entre artistas extranjeros y argentinos como la presentación de una buena cantidad de músicos de la escena del jazz local en clubes y anfiteatros de la ciudad garantizaron un equilibrio en la programación que se reflejó en la aceptación del público que, más allá de las modas, sabe apreciar la calidad jazzística.