De Buenos Aires a Nuremberg: Brad Mehldau, 22 años más tarde
Texto: Ulrich Raab
Fotografias: Helene Schütz y Ozan Coskun
Para quien lo vio en su debut en el Sheraton de Buenos Aires en 2002 (producido por Roberto Menéndez), seguramente la primera impresión impactante era la postura característica de Brad Mehldau: agachado delante se su Steinway, hombros encogidos, ojos cerrados, cabeza inclinada y ladeada con un oído a 10 centímetros del teclado, escuchando, persuadiendo, buscando intimidad con las teclas , queriendo desaparecer entre ellas – para luego estirar los brazos y la espalda y distanciarse de su instrumento como quien no aguanta más la concentración y introspección casi palpable.
Brad Mehldau, con ahora 54 años, de Jacksonville (Florida), tiene un “Grammy” e innumerables nominaciones en su bagaje. Toca solo, toca con orquestas sinfónicas, tocó con músicos como Joshua Redman, Renée Fleming o Pat Metheny, pero perfeccionó el Arte del Trio, como lo atestigua la serie de discos epónimos de los años 90. Es su formato tradicional. Y así fué que se presentó en la ciudad de Nuremberg el 22 de octubre pasado. El trio del Sheraton tuvo apenas una substitución: mientras el español Jorge Rossy, después de larga ausencia, volvió a la batería, el joven pero muy talentoso dinamarqués Felix Moseholm tomó el lugar del canadiense Larry Grenadier en el contrabajo y ahora es la primera opción para Brad. Felix le inyectó un entusiasmo y virtuosismo vibrante a las meditaciones de Brad, sin dejar de impresionar con su sintonía y entrelazamiento muy maduro en el diálogo con la banda – todo esto asegurado y acentuado por la percusión discreta pero elocuente de Jorge, la constante y el refugio de siempre para Brad Mehldau. Y, claro está, el bandleader realmente eran dos: las dos manos del pianista. Brad adquirió una técnica de tocar con dos manos independientes, cada una tocando una melodía diferente, o más bien una improvisando y sirviendo de contrapunto al tema que toca la otra. Brad describió este proceso cierta vez como si estuviera tocando con un cerebro bipartido – lo que agregaría un cuarto protagonista a los intérpretes de su música.
La setlist del concierto mostró todo esto, y las múltiples fuentes de inspiración de Brad Mehldau: rock, pop, elementos tradicionales de jazz (que, claro está, no lo limitan), música clásica de Bach al romanticismo alemán. (Vale mencionar que Brad, hijo adoptivo de una familia de origen alemán, vivió unos meses en Alemania para estudiar la música, literatura y lengua de ese país y se dirigió al público local en un alemán nada estandarizado, más bien sólido, creativo y, digamos, jazzístico.) Muchos temas eran composiciones propias, como las que arrancaron el show: “August Ending”, “C Minor Waltz”, “A Walk in the Park”, “Blues Impulse”, “Boomer” – todas mas recientes que el show del Sheraton Buenos Aires. El flamante “Dream of Felix”, pura poesía musical, nació, según explicó Brad, de un sueño que tuvo con el contrabajista escribiendo la partitura del bajo de la canción. Tiene los toques bachianos que muchas veces se encuentran en el jazz, sea europeo, americano o latino. Y, claro, da una oportunidad al epónimo escandinavo para destacar su sensibilidad y maestría sorprendentes y aprovechar del protagonismo de su instrumento en esta obra. Un contraste completo constituyó el tema siguiente, de otra pluma, una interpretación ya clásica de los años 90 del hardbop “Countdown” de John Coltrane. La alegría de improvisar, para Brad Mehldau, consiste en alejarse lentamente de una forma que ya existe, talvez volver a ella, siempre tenerla como punto de referencia en el fondo.
Finalmente, otro clásico, interpretado por primera vez por Maurice Chevalier en 1930 pero, como avisa Brad, también por Chet Baker: “My ideal”. (Dicho sea de paso, Brad Mehldau compartió no solamente con Chet Baker pero practicamente todos los músicos de jazz americanos una adicción a la heroina – en su caso, temporaria, cuyo fin liberó una onda de “creatividad bloqueada”.)
A veces bluesy, a veces swingy, la interpretación siempre reveló la intimidad de larga fecha que Brad tiene con su baterista Jorge Rossy, pero siempre detuvo su paso para dejarle a Brad improvisar solo.
Claro que la noche no pudo terminar sin un bis, y después otro, y ellos mostraron la gama de la inspiración musical de Brad. El primero fue “Marcie”, un cover de una Joni Mitchell “antes de que el cigarro y cosas afines le cambiaran la voz”, seguido por una composición propia de los comienzos de su carrera (1995): “Angst”, cuyo título (‘miedo’ en alemán, palabra usada también en inglés) marca un territorio bien distinto del rock norteamericano. En cualquier caso se podría otra vez destacar el desempeño del contrabajista y su inserción impecable en el conjunto – pero esto realmente demuestra la generosidad de Brad en darle tanto espacio al joven para brillar.
En conclusión, lo más notable de este trio es por un lado la familiaridad e intimidad absoluta en el trato improvisatorio entre los músicos, y por el otro un entusiasmo casi juvenil en la interpretación del material musical.
(N de R) Quien quiere entrar al universo intelectual de Brad Mehldau – y no tiene miedo a una lectura bastante larga en inglés – se le recomienda un ensayo escrito por Brad Mehldau en 2010, con el título irresistible “Coltrane, Jimi Hendrix, Beethoven and God”.